Gregg Popovich: el hombre que seguirá martillando la roca

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En el verano de 2020, Estados Unidos vivía una de las mayores protestas de toda su historia. Más de 20 millones de personas en las calles. La policía había asesinado a George Floyd. “No puedo respirar”. Doscientas ciudades con toque de queda. El presidente Donald Trump recluido en la Casa Blanca. Fue entonces cuando Gregg Popovich llamó por teléfono al periodista Dave Zirin. “Necesitamos simplemente un presidente que diga solo tres palabras: ‘Black Lives Matter’”. Que las vidas negras importan.

El técnico de “mayor conciencia social” en el país de Muhammad Alí, del podio Black Power de México 68 y de la rebelión arrodillada de Colin Kaepernick, y que acaba de anunciar su retiro como entrenador más exitoso en la historia de la NBA, le dijo aquella noche a Zirin que “si Trump tuviera cerebro, aunque fuera noventa y nueve por ciento cínico, diría algo para unir a la gente. Pero no le importa. Así de trastornado está. Destruye todo. Es un idiota desquiciado”.

Gregg Popovich, que en noviembre sufrió un derrame cerebral, acaba de anunciar su retiro como entrenador de la NBA

Hijo de padre croata y madre serbia, Popovich creció en East Chicago, Indiana (43 por ciento de población negra, muchos hispanoparlantes), en “una zona integrada” del proyecto “Sunnyside”, una acería con familias portorriqueñas, negras, checoslovacas, serbias. Advirtió de niño que, sin derechos, sin trabajo, sin esperanza, “no tienes nada” y que, de manera inevitable, “pasarán cosas malas”. Y advirtió también que la policía actuaba distinto ante sus hijos blancos y los hijos de sus amigos negros. Por eso saltó brutalmente durante los días de George Floyd. Porque el racismo, dijo a The Undefeated, es “el elefante negro en la habitación” de Estados Unidos.

Sus trece años en la Fuerza Aérea, las palabras iniciales del general de brigada Louis T. Seith, en 1966, en un campus de Colorado Springs, le hicieron entender que siempre debería valerse por sí mismo. No rendirse. Es la frase de Jacob Riis, reformador social del siglo 19, que escribió en el vestuario de San Antonio Spurs: “Cuando nada parece ayudar, voy a ver a un picapedrero martillando su roca quizás cien veces sin que se le vea ni una sola grieta. Sin embargo, al centésimo primer golpe se parte en dos, y sé que no fue ése golpe el que la causó, sino todos los anteriores”.

Popovich y su obra maestra en los Spurs, junto con Duncan, Parker y Ginóbili, entre otros

“Pop” comenzó como oficial de inteligencia de señales en Turquía para monitorear lanzamientos de misiles soviéticos. Hoy es “Graduado Distinguido” de la Academia de la Fuerza Aérea, igual que pilotos de Vietnam e Irak, y codirector de su Fundación. Miembro del equipo All Star de las Fuerzas Armadas, casi olímpico en los Juegos de Munich 72, Popovich enriqueció su formación cuando en 1979 se fue a dirigir al equipo universitario de Pomona-Pitzer, una “Oxford-Cambridge” de artes liberales en California, un “paraíso de pensadores libres”, donde además fue profesor asociado de historia.

Se convirtió en figura clave de la palabra hoy despreciada “woke”, que, como escribió Marc Spears en una biografía homenaje, no es otra cosa que “estar al tanto, saber lo que sucede en la comunidad”. A sus jugadores de los Spurs (Manu Ginóbili incluido), les hizo ver el filme de 2015 “Chi-Raq”, junto con su director, Spike Lee. Y también “El nacimiento de una nación”, una película apoyada financieramente por el exbase francés Tony Parker, la historia de un predicador bautista que lideró una sangrienta rebelión de esclavos en Virginia en 1831. Les hizo escuchar a John Carlos, el velocista del podio Black Power de México 68. Los llevó al Museo Nacional de los Derechos Civiles en Memphis, al Monumento al Holocausto en Washington y al teatro de Brodway para ver un musical de hip hop y negritud. Y les regaló, entre tantos, el libro “Entre el mundo y yo”, una carta de una madre a su hijo sobre emociones y simbolismo de ser afroamericano en Estados Unidos.

Hijo de padre croata y madre serbia, Popovich creció en East Chicago, Indiana; estuvo trece años en la Fuerza Aérea

Dirigió a jugadores de más de una decena de países y a todos les preguntó sobre su nación, sobre sus vínculos, sobre lo que sucedía en el mundo. A la usanza del “Pato” Pastoriza y sus asados, Popovich sorprendió a la NBA fomentando cenas de pura fraternidad para estrechar vínculos en su equipo multicampeón y de perfil siempre bajo, que tuvo como símbolo al gran Tim Duncan, al que conoció mejor tras viajar a su natal Islas Vírgenes, para ver familia y entorno. Cuentan que cada vez que levanta una copa de vino para brindar, “Pop” dice siempre las mismas palabras: “Un brindis por Tim Duncan”.

Acompañado por Ginóbili y Duncan, Popovich brindó una emotiva conferencia de prensa: dejó de ser coach de San Antonio y presentó a su sucesor, Mitch Johnson

Víctima de un derrame cerebral en noviembre pasado, a los 76 años, sin presencia en la banca desde entonces, irascible y seco muchas veces ante los periodistas, eternamente generoso con sus colegas de todo el mundo, “Pop”, que seguirá ligado a los Spurs, abandonó su histórico bajo perfil cuando en 2016 percibió que un personaje como Trump podía ser presidente de Estados Unidos, como volvió a suceder ahora, pese a condenas judiciales, abusos y escándalos. “Es patético, es pequeño, es un hombre dañado”, dijo semanas atrás. No soporta que su país (¿solo el suyo?) sea liderado por “un narcisista” que hasta se exhibe disfrazado de nuevo Papa. Un presidente que jamás piensa en equipo, sino “en él mismo”.

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