Dirigida por Zoe Zeniodi, la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires se lució al interpretar a Haydn y Bruckner

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Concierto: De Haydn a Bruckner. Mundos sinfónicos I. Intérpretes: Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Directora: Zoe Zeniodi. Programa: Haydn: Sinfonía Nº44 en mi menor, Hob.I:44, “Fúnebre”; Bruckner: Sinfonía Nº7 en Mi mayor, WAB 107. Sala: Teatro Colón. Nuestra opinión: muy bueno.

En el programa de mano, Zoe Zeniodi, nueva directora principal de la Filarmónica porteña, con buen tino y considerandos fundados, sintetizó las razones musicales y estéticas para vincular dos sinfonías aparentemente tan distantes como son la cuadragésima cuarta de Haydn (1772) y la séptima de Bruckner (1881-5) en un único concierto bajo el título Mundos sinfónicos. Sin embargo, sobre el escenario, luego de su entrada, acompañada por un largo y cálido aplauso, la directora, micrófono en mano, optó por otras argumentaciones, mucho menos consistentes y un tanto etéreas si no inconvenientes.

La Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, en el Teatro Colón

En un muy correcto castellano un tanto castizo, la directora griega aunó a ambos compositores a partir de conductas creativas asociadas a la divinidad, la religiosidad y la devoción, sentimientos o comportamientos individuales que tal vez podrían haber guiado sus procederes en la vida cotidiana o más concretamente en la escritura de misas o motetes pero que no se revelan palmarias en estas dos sinfonías, obras absolutamente seculares. Y en el remate de la alocución, tal vez para justificar, innecesariamente, su muy atinada elección musical, dijo, ajustándose a tiempos históricos, que Haydn es recordado como “el padre de la sinfonía” y, a pura altisonancia, sostuvo, vehemente, que Bruckner era “el Dios de la sinfonía”. Habida cuenta de sus talentos musicales, no pareció necesario que Zeniodi apelara a tal exceso para entusiasmar al público. Posee suficientes herramientas musicales como para no tener que recurrir a este tipo de artilugios.

Reducida a una orquesta de cámara –de una obra del clasicismo vienés estamos hablando–, la Filarmónica ofreció una muy buena interpretación de la Sinfonía Nº44 de Haydn, apelada “Fúnebre” no por su autor sino por algún editor, luego de escrita y estrenada. Zeniodi contó con la muy buena participación de las cuerdas de la orquesta, protagónicas excluyentes de esta obra.

Bajo las influencias del Sturm und Drang, un movimiento alemán antirracionalista e impulsor de experiencias artísticas más emocionales, Haydn escribió esta obra en modo menor e introdujo en ella una emocionalidad novedosa y hasta experimental, en clara contraposición a las elegancias y equilibrios formales y discursivos del clasicismo que él mismo promovía como figura excluyente. Zeniodi, sin batuta y ateniéndose a estas peculiaridades, supo darles vida a esas distinciones con una interpretación expansiva, al mismo tiempo, sin exageraciones ni emocionalidades extemporáneas. De principio a fin, Haydn gozó de una muy buena lectura.

Zoe Zeniodi

Después de la pausa, para completar Mundos sinfónicos I, llegó la Sinfonía Nº7, de Bruckner, una obra extensa, compleja y de múltiples dificultades. En líneas generales, a todo lo largo, Zeniodi pareció centrarse en la coherencia y la exactitud del armado. Su gestualidad estuvo atenida, esencialmente, al marcado de los pulsos. Su mano derecha, ahora con batuta, fue estrictamente metronómica en tanto que la izquierda, mayormente la imitaba o amplificaba. Si bien esta decisión garantiza la marcha unificada de todo el orgánico, en paralelo reduce o pone algún límite a una expresividad más desenvuelta, expresividad que hubiera necesitado tener otra dimensión, sobre todo, en el “Adagio”, el segundo movimiento.

Si bien, en general, la obra sonó ajustada, intensa y lírica también, hubo algunas imprecisiones en la afinación y ataque de los bronces y, en el “Scherzo”, el tercer movimiento, el más impetuoso y, técnicamente, el más demandante, sobrevinieron algunos desajustes.

Después de un glorioso y potente acorde final, arreciaron los aplausos y la ovación se extendió, majestuosa, en un teatro que estaba colmado. Haydn, Bruckner, Zeniodi y la Filarmónica habían aportado lo suyo para una buena noche inaugural.

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