El vaticinio de Bill Gates sobre la inteligencia artificial que generó entusiasmo

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Bill Gates, cofundador de Microsoft y una de las voces más visibles sobre tecnología y filantropía, defendió en los últimos meses una visión optimista sobre el impacto de la inteligencia artificial (IA) en el trabajo: según sus declaraciones, la IA podría aliviar la escasez de profesionales —especialmente médicos y docentes—, aumentar la productividad y abrir la posibilidad de semanas laborales más cortas o incluso jubilaciones anticipadas.

¿Qué razones aporta Gates para sostener ese pronóstico?

Gates señala dos factores que, en su opinión, justifican el cambio: la capacidad de la IA para ofrecer soporte clínico y educativo en zonas con escasez de personal, y aumentos de productividad que permitirían redistribuir el tiempo de trabajo.

En los hechos, hay datos que muestran una presión creciente sobre plantillas profesionales: por ejemplo, la AAMC proyecta un déficit de entre 13.500 y 86.000 médicos en Estados Unidos para 2036. Esa carencia explica parte del optimismo sobre la IA: se espera que las herramientas tecnológicas alivien vacíos en salud y educación, donde hoy faltan especialistas.

Fue cofundador de Microsoft en 1975 junto a Paul Allen, y es una de las figuras más influyentes en la historia

Sin embargo, ese potencial convive con advertencias de organismos y académicos sobre efectos adversos: si la adopción de IA concentra sus beneficios en empresas y trabajadores altamente calificados, la automatización podría ampliar la desigualdad económica en lugar de reducirla.

De ese choque entre oportunidad y riesgo surgen dos tensiones centrales. Primero, el acceso: cuando las mejores herramientas quedan en manos de grandes actores, el uso de IA puede profundizar las brechas educativas, sanitarias y laborales. Segundo, el desplazamiento laboral: algunos puestos se transformarán, pero otros desaparecerán o exigirán reconversiones rápidas que no estarán al alcance de todos.

En conjunto, los datos sobre la escasez laboral y las advertencias sobre distribución de beneficios muestran que la promesa de semanas más cortas o jubilaciones anticipadas depende menos de la tecnología per se y más de cómo se distribuya su despliegue.

Sobre los sesgos y la fiabilidad de la IA también hay alertas. Estudios de organismos internacionales muestran que gran parte de la preocupación pública se concentra en la posibilidad de decisiones sesgadas —por raza, género o condición socioeconómica— y en la capacidad de modelos de generar desinformación o diagnósticos erróneos si no se desarrollan y supervisan con estándares clínicos y educativos rigurosos. Es decir: la IA puede ampliar cobertura, pero su calidad y seguridad dependen de cómo se entrene, valide y regule.

La posibilidad de que la IA se apropie de algunos puestos de trabajo está en constante debate (Foto de carácter ilustrativa: Freepik)

Gates, por su parte, reconoció riesgos y defendió que son “reales pero manejables”. En su blog y en declaraciones sostuvo que, aunque la IA presenta problemas —desde deepfakes hasta desplazamiento ocupacional—, la historia muestra que las sociedades pueden diseñar respuestas institucionales cuando existe voluntad política y regulatoria.

¿Qué implicaría una reducción de la jornada?

Si la semana laboral se acorta a tres o cuatro días, eso requeriría cambios contractuales, ajustes en salarios y, especialmente, garantías de que la productividad adicional financiada por IA se traduzca en tiempo libre real y no en presiones salariales.

Además, en sectores críticos como la salud, la presencia humana seguirá siendo necesaria: la IA puede complementar el diagnóstico o la formación, pero especialistas médicos y docentes seguirán cumpliendo funciones clave que hoy exigen formación, ética y supervisión humana.

Por Danna Valeria Figueroa Rueda

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