“…todo tiene su tiempo y su lugar bajo el cielo, incluyendo momentos para nacer y morir…” (Eclesiastés, 3:1-4)
“…su experiencia (del papa Francisco frente a las adversidades) se basaba en Jesús resucitado, que no tenía miedo de nada ni de nadie” (Homilía “profética” de Mons. Fernández Artime, Religión Digital).
Papa Francisco, unos días después
Los viajes del papa Francisco por los países de Occidente y gran parte de Asia y Oceanía, su presencia, mensaje y bendición dominical en San Pedro, sus Misas y recorridas por la plaza y a veces por la vía della Conciliazione, su palabra, sencillez y cercanía con la gente, en especial con los niños y ancianos avivaron los cuerpos y las almas de creyentes y no creyentes. De las mayorías y las minorías negras, amarillas y blancas. De católicos y no católicos. Y su realidad de hombre y Santo pontífice se esparció por todos los continentes.
Con compromiso de padre, hermano e hijo. Fue como un huracán sagrado del primer cuarto del siglo XXI. De Lampedusa a Timor Oriental. De Naciones Unidas a la FAO, de México a Madre de Dios en Perú, Iquique y Santiago de Chile. Israel y Palestina. Congo y Myanmar por citar sólo unos pocos ámbitos donde su palabra y sus gestos llevaron la voz de los Evangelios, el amor incondicional, transformaron todos los rostros, en particular, los rostros de los vulnerables de este mundo.
La acción sin pausa de un anciano sabio y vigoroso consagró a santos y pecadores con esas sus manos que dibujaban de arriba abajo y de izquierda a derecha una pausada y verdadera señal de la cruz. Abrazaba a cada paso y desnudaba las realidades de cada lugar y demandaba paz, justicia, amor. Sacudió al mundo.
Frente al fin de las ideologías y de la negación de los ateos por fin los pueblos pudieron ver a un hombre sincero, despojado, realista, que pensaba la realidad social y religiosa no con una inteligencia sentiente sino con un corazón inteligente. Hacía pensar al corazón. ¡Qué visión, qué fe luminosa, qué multiplicación de la conciencia y religiosidad popular! Ello no significa que se haya derrotado el mal del hedonismo y del espíritu consumista, el egocentrismo insolente que esos hábitos generan, el deseo de una acumulación sin medida, la indiferencia por la pobreza, la adoración del becerro de oro y la presencia del demonio. El gigantesco aparato de difusión de la negatividad subsiste. La maquinaria del mercado y el poder de los centros financieros siguen alimentando la gran brecha. Multiplicando las injusticias sociales y provocando las guerras.
El tiempo es proceso. El nuevo proceso de evangelización de la Iglesia de Roma en la última década fue extraordinario. Y la Iglesia se hizo más fuerte. “Nos has hecho más fuertes…nos has invitado a caminar juntos en sinodalidad, tejiendo relaciones que reflejan el amor de Cristo” (dijo en Roma la presidente de los consagrados). Fue iluminada la realidad mundial para que la veamos no en las vidrieras sino tal cual es. Íntegramente. La lógica Norte-Sur, Centro-periferia. Riqueza y pobreza. Poderes inhumanos, poderes oscuros, poderes valientes. La dignidad de todos y de todas. Poderes que sirven y poderes que se sirven del otro. Poderes del bien y poderes del mal. Puede decirse que Francisco vino a iluminar y a empujar la historia. Y la hizo dar un paso gigante. Desde la periferia al centro. Hizo brillar el amor fraterno y el valor de la paz. En su presencia vimos pueblos alegres, unidos y saliendo de las tinieblas. Mirando hacia arriba. Porque Dios es el “Santo de las alturas”. Muchos más de mil quinientos millones de católicos y otros miles de millones de seres de buena voluntad peregrinan hoy después que él vino por virtud de Cristo y habló. De la luz viene el Verbo, dijo. En nombre de Dios.
“No estamos dispuestos a dar ni un paso atrás”. Dicen hombres y mujeres de las comunidades de las pueblos. Llorando por el inesperado desprendimiento y aplaudiendo por el ascenso del alma del papa argentino. Alma que se veía en sus manos cuando bendecía la cabeza de los niños y de las niñas. Cuando abrazaba a los ancianos, a los discapacitados, a los enfermos, a los últimos. Cuando lavaba los pies de los presos. Anestesiadas por las inyecciones de su última enfermedad, el último día de su vida terrena en la Plaza pública de San Pedro, bendecía mientras el cuerpo manifestaba cierto dolor. Dolor que se disipaba en el alma reflejada en sus manos apenas eran impuestas sobre los más pequeños. Manos que decían lo que él decía en voz baja. Alma que al entregarse a solas con Dios parecía susurrar ante la inminencia del viaje: “llévame contigo Señor!”.
Nuestro deber, el deber de todos
Y después, es tarea de todos los hombres y mujeres de buena voluntad repasar su mensaje, su credo, su vida, su ejemplo. Francisco fue de aquellos pocos que tienen el don sagrado de leer la voluntad de Dios y “el tiempo de Dios” (Gálatas, 4,4). Es una realidad bien sabida en el Vaticano que hay ateos ostensibles o disfrazados que tienen planes demoníacos para la Iglesia. Lo anuncian por algunos medios y lo difunden por un tortuoso film. Quienes carecen del Kairós porque no son capaces de escuchar la Voz de Dios son absolutamente incapaces de acertar en la acción y en la decisión de los cuerpos de la Iglesia. Como decía San Benito y recuerda el ex rector de los salesianos Ángel Fernández Artime, 2do. del Dicasterio para la vida consagrada, “Dios ha hecho fuerte a la Iglesia” e invitó a que “unidos como pueblo de Dios” obremos haciendo nuestro el programa de san Benito Abad: “Nada se antepone al amor de Dios” Religión Digital). Por eso mismo debemos retomar la acción. Reiniciar los procesos iniciados o iniciar nuevos procesos de transformación.
La alegría del Evangelio y el tiempo
En la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio) cuando el papa Francisco habla en el Marco del Anuncio del Evangelio, cap. III, del acompañamiento personal de los procesos de crecimiento (notas 169/173) encaja el proceso en el tiempo. Incluyendo el ejercicio de las virtudes como “la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu, para cuidar entre todos a las ovejas que se nos confían de los lobos que intentan disgregar el rebaño” (E.G.Nro. 171).
Vamos a centrarnos en este principio que nos ayuda a resolver la primera tensión bipolar del campo político y social. La que se produce entre la plenitud y el límite.
A partir de la tensión plenitud-límite se genera el primero de los principios. “El tiempo es superior al espacio” del cual nos ocuparemos ahora.
El tiempo es según Bergoglio “El mensajero de Dios” (expresión de san Pedro Fabro E.G. 171 in fine y nota de Fernando Miguel Gil (Teología argentina y el papa Francisco, pág. 418).
El tiempo es un don de Dios o posibilidad que “debe ser obrada”
Dice Bergoglio que el tiempo es un “don” o “posibilidad” que Dios nos da. “Posibilidad” que “debe ser obrada”. El “loco de Dios” -decimos con el español -fue un “loco por hacer la voluntad de Dios” que repetía: “Obras, no palabras” lo que implica saber ordenar los momentos de la vida según la voluntad de Dios (Gil, op. cit. p. 419). Además, el tiempo es el lugar del discernimiento de la voluntad de Dios en la historia. Este discernimiento no culmina sino en el obrar consecuente donde comienza la realidad. De paso digamos que la realidad del sujeto no comienza por las ideas -con lo que decimos -sino por sus hermanos (A. Romero, p. 363, La visión teológica de Óscar Romero, E. Colón-Emeric, Ed. Guadalupe). De aquí que otro de los principios sea “la realidad es superior a la idea” lo cual tiene que ver con esa raíz antropológica que se extiende a la subalternancia que merecen las meras especulaciones de la abstracción filosófica o matemática.
De la plenitud teológica a la plenitud del universo
El tiempo en teología es plenitud en análogo sentido que este término tiene en astronomía. Lo más alto o con mayor grado de perfección, intensidad o grandeza.
El término “plenitud” debe ser entendido como “deseo infinito” y más concretamente “el tiempo ampliamente considerado”, “la luz del tiempo del horizonte mayor” de la utopía que se nos abre al futuro como causa final que atrae” y también como señala Francisco en la Encíclica Lumen Fidei Nro. 57 donde dice: ”No nos dejemos robar la esperanza, no permitamos que la banalización con soluciones y propuestas inmediatas que obstruyen el camino, que “fragmentan” el tiempo, transformándolo en espacio. El tiempo es siempre superior al espacio. El espacio cristaliza los procesos; el tiempo, en cambio, proyecta hacia el futuro e impulsa a caminar con esperanza”.
El tiempo como proceso y el tiempo como instante
Enseña Fernando Gil que el papa Francisco dirigiéndose a los participantes del Congreso Diocesano de Roma dijo: “Debemos recuperar la memoria, la memoria (puente entre la percepción del tiempo como “proceso” y el tiempo como “instante”), la memoria de la Iglesia que es (la memoria del) pueblo de Dios”. Recordamos que Laín Entralgo distingue entre el amor “instante” y el amor “constante” que no constituyen polos contrarios sino que, pueden serlo o no. Pueden complementarse y el amor instante que es el de un momento, puede transformarse en proceso y ser un amor constante. Puede buscarse en Teoría y realidad del Otro). Hoy nos falta el sentido de la historia. Nos da miedo el tiempo; nada de tiempo, nada de recorridos, nada, nada! ¡Todo ahora! Estamos en el reino del presente, de la situación. Sólo este espacio, este espacio, este espacio, y nada de tiempo. Hasta en la comunicación: luces, el momento, el móvil, el mensaje. El lenguaje más abreviado, más reducido. Todo se hace de prisa, porque somos esclavos de la situación. (Así ocurre en la política cuando muchos quieren ser candidatos como si se tratara de una operación inmobiliaria: un monto de dinero para la campaña + espacios de TV + asesor de imagen + inscripción en un partido político + negociación del lugar o espacio = cargo, omitiendo el proceso que supone encarnarse en la comunidad, sentir con la comunidad, trabajar con ella y representarla, etc).
Y prosigue Francisco diciendo: “Recuperar la memoria de la paciencia de Dios, que no tuvo prisa en su historia de salvación, que nos ha acompañado a lo largo de la historia, que ha preferido una historia larga para nosotros, de muchos años, caminando con nosotros”. (La teología argentina y el papa Francisco, Ed. Ágape, pag. 424, Anexo III, Fernando Miguel Gil).
Los “procesos” se dan en el tiempo y no en el espacio, repite Francisco. En el espacio los procesos chocan con el límite que le es propio y quedan encerrados. Por ejemplo, los regímenes totalitarios. Y Francisco da como ejemplo el nazismo (entrevista Fontevecchia). En efecto, quiso encerrar su proceso socio-político en el espacio (vital) y entendemos que el encierro condujo a los nazis a vivir en el infierno.
Los pueblos se forman dentro de horizontes (J. Ortega Valcarcel), horizontes históricos donde se conjugan los horizontes vitales de todos y cada uno de nosotros que concurren en un horizonte histórico y los horizontes históricos manifiestan la totalidad (sea comunidad, pueblo, nación o mundo). Sobre el “horizonte de sentido”, el relato hermenéutico es perspectiva y ámbito de visión de la comprensión. Vinculado a la interpretación de sus propios horizontes: de sus encuentros con otros, de las lecturas que propicia y de las conversaciones en las que pone a prueba su espíritu de contracción como conciencia de sí como horizonte de otros relatos. Esto parece no ser comprendido por los aspirantes a cargos políticos de muchos de nuestros candidatos.
El término “límite” significa “la coyuntura del momento”… “límite es la pared que se nos pone delante” ”el límite que sirve de un espacio acotado” (con) los condicionamientos del presente más los condicionamientos derivados del pasado (si de avanzar en la construcción de un pueblo se trata). El límite es el momento que se vive en el espacio acotado, la coyuntura. El límite contiene el momento de la negación. Acá se usa el término límite para señalar la determinación temporal de una realidad lo que es a la vez la limitación de esa realidad. También el límite como frontera (ver etimología) frontera como “fin” y como “con-fin” (hasta dónde llega la mirada).
De ahí surge el primer principio para avanzar en la construcción de un pueblo (y no sólo buscar resultados inmediatos que producen un rédito inmediato…) por eso Bergoglio en el ámbito socio-político nos dice que hay que promover procesos antes que ocupar espacios (ver E.G cap. IV acap. III El bien común y la paz social).
De lo que se trata es de poner en movimiento dinamismos históricos en los que intervienen otros y por ello necesitan tiempo (participando del descubrimiento) de nuevos horizontes, de la utopía que se nos abre al futuro (ejemplo -decimos -ser dueños como pueblo, de nuestros recursos naturales). Siempre hay que “tener en cuenta a los otros (que se van sumando a la marcha y a compartir el proyecto y la utopía) y al mismo tiempo perdiendo el control de los espacios; los espacios se comparten, pero no se cristalizan, no se congelan si se fijan, se los deja que sean regidos por el tiempo que los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, lo cual permite trabajar a largo plazo. (op. cit. Nro 223).